· Yurany · Psicología · 5 min de lectura
¿Puede el psicólogo aliviar mi dolor? Una mirada desde el sufrimiento
Reflexión sobre el sufrimiento emocional, el papel de la terapia y el valor de buscar ayuda profesional.
El sufrimiento es un dolor profundo que, cuando lo sentimos, deseamos que desaparezca. Pareciera que las heridas que no pueden verse demoran más en sanar. ¿Podríamos preferir un dolor físico a uno emocional? Como psicólogos, no podemos recetar una pastilla mágica para aliviar el sufrimiento, aunque deseáramos de corazón poder hacerlo.
No es necesario experimentar el sufrimiento para valorar la vida. Pero cuando nos enfrentamos a él, huir no es la solución, porque intentar controlar o evadir el problema no hará que desaparezca; por el contrario, aumenta el malestar emocional, la soledad y la desesperanza.
El sufrimiento, al igual que el dolor físico y emocional, también es un proceso psicológico. El dolor físico comienza con un estímulo sensitivo que llega al cerebro, donde se interpreta cuánto duele. El dolor emocional, en cambio, surge de experiencias como una pérdida, una decepción o una ausencia. Pero el sufrimiento aparece después: es cargar con ese dolor, sostenerlo en el tiempo, cuando no se va y comienza a afectar lo que pensamos, lo que sentimos y cómo vemos la vida.
El sufrimiento también se siente en el cuerpo:
Se siente en la respiración entrecortada, en la presión en el pecho, en la falta de apetito, en el insomnio, en el cansancio sin razón aparente. Es una experiencia compleja, que se manifiesta en múltiples niveles: emocional, físico, conductual, social, incluso espiritual. Y cada quien lo vive a su manera, sin tiempos definidos ni soluciones instantáneas.
Aunque todos atravesamos momentos difíciles en la vida —sea con nuestra familia, en las relaciones sociales, laborales, de pareja, o por problemas del entorno—, no es necesario esperar a estar en crisis para acudir a terapia. La terapia también es un espacio de crecimiento personal, donde puedes conocerte mejor, descubrir tus pasiones y encontrar nuevas motivaciones para vivir.
No todo lo que sentimos necesita ser intervenido clínicamente como una enfermedad o diagnóstico: a veces, simplemente, se trata de vivirlo, de atravesar la emoción sin huirle, de darle un lugar. Sin embargo, si en algún momento el dolor o la carga emocional se vuelven demasiado para sostenerlos a solas, buscar ayuda es un acto de autocuidado.
Hablar no siempre “cura”
Muchas veces lo que hace es abrir un espacio donde algo que dolía en silencio pueda ser nombrado, sentido. Eso, a veces, incomoda; duele otra vez… y puede sentirse como si estuvieras retrocediendo.
La terapia no es un proceso para toda la vida, ni es para todos en todo momento ya que cada persona enfrenta la vida desde lugares distintos, con historias, contextos y realidades únicas.. Requiere disposición, deseo y un momento personal que lo haga posible. Su finalidad es que, a través del proceso, adquieras habilidades que puedas seguir aplicando de forma autónoma en tu día a día.
La terapia se vuelve un lugar seguro porque es donde puedes hablar de eso que duele, que incomoda, de esas partes tan tuyas que tal vez sería difícil expresar en otro lugar. Por eso, la terapia permite ser ese espacio donde te sientas escuchado y comprendido, donde puedas hablar y no tragar entero.
Uno de los beneficios de ser una persona escuchada y validada en su sentir es que hay menor riesgo de presentar conductas suicidas. Nuestros familiares y amigos no son nuestros psicólogos, porque, lamentablemente, no todas las personas en nuestra vida son un lugar seguro para hablar de cómo nos sentimos sin sentirnos juzgados. Por eso, si vas a hablar con alguien distinto a un profesional, es importante elegir con cuidado a quién le compartes tu sentir.
Más que buscar una receta para aliviar el dolor emocional, necesitamos hacer del autoconocimiento una forma de vida: una que nos permita comprendernos con honestidad, reconocer lo que necesitamos y transformar esos hábitos o conductas que, sin darnos cuenta, nos alejan de la vida que, en el fondo, queremos construir.
Una pastilla que actúa a través de las palabras.
La “pastilla” que ofrecemos los psicólogos no es mágica ni actúa de inmediato. A veces, al principio, incluso duele: remueve, incomoda, despierta lo que habíamos enterrado. Pero no es para destruirte, sino para ayudarte a ver, sentir y entender. Esa pastilla se llama diálogo: un espacio para explorar lo que te habita, nombrar el dolor, reconocer lo que te duele y aprender, poco a poco, a vivir de otra forma.
No es alivio instantáneo, pero con empatía, compromiso y tiempo, puede convertirse en un proceso de transformación real.
Cuando eso ocurre, ya no huyes del dolor. Porque la meta no es eliminarlo, sino mirarlo de frente, sin pelear con él, sin necesidad de controlarlo todo. Sanar no siempre significa eliminar el malestar, sino aprender a convivir con él, aceptarlo y reconocer con claridad qué sí puedes cambiar… y qué necesitas soltar.
La vida tiene un propósito y un valor inmenso.
Mi objetivo como psicóloga es acompañarte a descubrir el tuyo.
Buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía y autocuidado.
Al tomar la decisión de ir al psicólogo, estás dando el primer paso hacia una vida más plena y consciente y descubrir que sí se puede vivir plenamente después del sufrimiento.
Con cariño, Yurany.