· Yurany · Salud y enfermedad · 4 min de lectura
Cuando la muerte toque mi puerta
La muerte. Un enigma. Un acontecimiento que se lleva la existencia de un cuerpo. No nos enseñan a relacionarnos con ella.
La muerte es un momento difícil, sobre todo para quienes se quedan. Nadie sabe con certeza qué sucede después; lo único que comprendemos es que el cuerpo muere, se desvanece, se convierte en polvo.
Dicen que morimos varias veces a lo largo de la vida. No sé qué tan cierto sea, pero cuando el dolor se hace tan profundo que nos sumerge en la desesperanza, parece una forma de morir.
Tal vez deberíamos hablar más de la muerte
De la muerte se habla poco, y cuando se hace, suele aparecer el miedo o el silencio. Aunque es triste pensar en ella, la muerte forma parte de la vida así no queramos mirarla.
Asusta pensar en la muerte, porque despierta una profunda angustia: el miedo a dejar de existir, a no ser recordados, a no haber cumplido un propósito, dejar a las personas que amamos y la pérdida de quienes queremos. Pero quizá, si nos enseñaran que la muerte está entretejida en el ciclo de la vida, si pudiéramos hablar de ella con más naturalidad ¿podríamos mirarla con menos temor y más aceptación? ¿Podría hacer que el camino hacia la muerte sea menos doloroso?
Si aprendiéramos hablar de ella y en sus posibilidades, tal vez nos permitiría acercarnos al entendimiento de lo que significa estar vivos, y que así como inició nuestra vida también tendrá un final.
La muerte, muchas veces, se esconde y se silencia, como si no existiera o como si hablar de ella rompiera alguna regla.
Seguimos sin reconocer la muerte como un proceso natural de la vida. Como expresó Carolinne Borges, inspirada en la obra de Elisabeth Kübler-Ross, “pocas personas están realmente preparadas para enfrentarse a la muerte”. Borges explica que esto ocurre porque vivimos en una cultura que niega la finitud, una sociedad que se enfoca en la productividad y en prolongar la vida a cualquier costo, olvidando que aceptar la muerte también es una forma de honrar la vida misma.
Curiosamente, nos aferramos a la vida. Tratamos de entenderla para vivirla mejor, pero en ese intento a veces sufrimos, buscando un sentido que parece escaparse. No muy alejado de la realidad, nos perdemos tratando de cumplir expectativas de los otros y nos desconectamos de lo que nos hace sentir vivos. Qué paradójico: ¿le tememos a la muerte, por la falta de vida? Borges en este texto expreso, que no aceptamos la muerte porque, cuando llega a nuestra vida, sentimos que aún no hemos vivido plenamente.
Tal ves, el camino es vivir la vida de tal manera que, cuando llegue la muerte, no haya nada que lamentar.
Soy yo quien escribe…
Quiero darle sentido a mi vida y no temer a la muerte. Temerle se me ha hecho doloroso. Pensar en que algún día ella tocará las puertas de mis seres queridos se me arruga el corazón. Es difícil no sentir nostalgia.
¿Qué sentido tiene la vida en presencia de la muerte?
Vivir, amar y soñar
Reír, disfrutar y despreocuparme más
Al final nuestra esencia aquí permanece
Quiero pensar que es así. Me gusta creer que así será
Vivimos de la tierra, y al morir, volveríamos a ella. Es una forma de permanecer, de no desaparecer del todo. Nos transformamos en ella, en el viento para acariciar el rostro de quienes sienten nuestra ausencia; en las flores y en los árboles. Pero, sobre todo, en el cielo —ahí, siempre ahí— es seguro.
Cuándo la muerte toque mi puerta
Quiero haber construido el significado del porque existe
Quiero estar presente, en ese instante, en ese lugar.
Quiero saber que he vivido, que he amado.
Un encuentro distinto
sin dolor, sin miedo,
un encuentro amoroso.
Que sea un abrazo a quienes amo,
un momento de reconciliación con la vida, con mi vida
Cuando me encuentre con la muerte,
que sea un buen encuentro
No desde el miedo, sino desde la aceptación
Desde la humanidad de lo que fui y lo que permanece
Por eso hoy escribo esto, quiero aprender a vivir y morir. Aún estoy a tiempo.
Con amor, Yurany
Fuentes de inspiración:
Alves, C. B., & Dulci, P. L. (2014). Cuando la muerte ya no tiene poder: consideraciones acerca de una obra de Elisabeth Kübler-Ross. Revista Bioética, 22(2), 262–270.
